Rincón del Deja Vu

Blog dedicado al pensamiento filosófico, el lenguaje y la literatura.

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La Hipocresía del Engendro

Los rumores alrededor de Sergio, el joven maestro de escuela felizmente casado y con un hijo de año y medio, incrementaban con cada fin de semana que transcurría. Se le tenía en gran consideración debido a que se graduó de la universidad con dieciocho años y hoy con veintiuno se encuentra a cargo de tres secciones de la escuela primaria, sin embargo siempre se le veía pasear entre las calles de menor reputación de la ciudad, nunca se le veía entrar en algún prostíbulo o cine pornográfico, pero el solo hecho de que él camine por ahí hacía bajar su reputación.

Irónicamente nadie lograba percatarse que dicho recorrido era solo para ingresar a una paupérrima librería, donde trabajaba una figura femenina de rulos dorados y extenso vestido rosado. Los viernes era una visita a su tienda, los sábados un café en un comedor cercano, los domingos una caminata por un parque olvidado, muchas veces ni siquiera hablaban, para Sergio era algo similar a hacer con alguien más lo que le gusta hacer solo, para la dependiente de la vieja librería, unos momentos muy incómodos pero que intentaba disfrutar lo más que podía.

- ¿Sergio, sé que siempre te ha gustado tener el fin de semana para ti, pero podrías dejar de vagabundear por esos lares? – Preguntó Mariana, la esposa de Sergio, intentando apelar a su sentido de la razón y la responsabilidad de la imagen familiar ante los demás ciudadanos.

- Querida, esto es algo que no puedo controlar, aunque quisiese, hay una fuerza que no me permite alejarme de la observación a la cruda realidad en la que muchos están sometidos –Respondió en voz baja mostrando astutamente un arrepentimiento fingido.

Mariana con veinticuatro años había alcanzado una madurez mental y sentido de la responsabilidad mayor a la de cualquier otro adulto, sabía lo que le beneficiaba a ella, a su esposo y a su hijo que pronto tendría que entrar a los senderos de la educación y ella no iba a permitir que sea atormentado por sus compañeros, no quería que su hijo se sienta frustrado por los estigmas de la sociedad.

Sin mencionar alguna otra palabra la pareja de esposos desayunó y cada uno se retiró a cumplir con sus deberes, Mariana había aceptado ser ama de casa, no lo veía como algo denigrante, su gran espíritu feminista no le permitía cegarse ante discusiones que solo dependían de la interpretación, se sentía feliz con aprender como la autodidacta que es, al mismo tiempo hace todo lo posible para buscar una correcta educación en favor de su retoño.

La calle gris por el asfalto y por los uniformes parecía completamente contradictorio con el movimiento armónico de colores y formas en la cabeza de Sergio, al mismo tiempo una gran angustia, algo le molestaba sobre ello ¿Por qué siempre habrá querido sentirse diferente, habrá algo malo en él? Sumergido en un eterno cuestionar, teme de que sus decisiones sean solo un reflejo de su egoísta deseo de contradecir todo, quizá todo estaba errado también, podría una persona sumergida en un capricho ser capaz de criticar a toda una especie que ha sobrevivido durante miles de años, esa era su principal pregunta.

Los estudiantes de Sergio no podían pedir más, su maestro de corto cabello castaño era siempre amable y equitativo, sabía diferenciar cuando alguien solo fingía de cuando en realidad necesitaba un poco de atención por parte del resto. Sus clases eran el producto del limbo creado entre su moral y su conciencia, qué estaba haciendo los fines de semana y porqué tendría que ser algo más grande. Ese día, durante la hora de tutoría con los estudiantes de último grado de primaria, discutía sobre la ambigüedad de la paranoia, por un lado las personas que tienen miedo de que su mundo se derrumbe y luchan constantemente por defender aquello que le han hecho creer, por otro las personas que tienen miedo de aceptar como son las cosas y constantemente intentan ver niebla donde solo hay oscuridad; pocos le entendían, pero todos estaban seguros de que su maestro no era alguien a quien se le podría llamar normal. 

Un fuerte impacto derrumbó al joven de cabello castaño, era un estudiante de secundaria el que se había estrellado contra él, tenía en su rostro una mirada atemorizante y el ceño fruncido, al ver al maestro tendido en el suelo solo procedió a retirarse con una velocidad cada vez mayor.

Sergio lo sabía muy bien, la identidad de la niña de rulos dorados y la del brabucón de secundaria eran la misma, ese viernes fue el más incómodo de ellos, al contrario de las fechas anteriores, hablaron desde el primer momento en que se vieron, hablaron sobre las notas que se escondían en algunas partes de la escuela, sobre el futuro que el chico de ceño fruncido debe seguir, sobre cierta esposa y sobre cierto hijo. 

Pasaron los meses tras esa conversación, no pasaron en vano, aunque aún no se habían dado respuesta clara a los temas que se discutieron, probablemente solo aumentaron las interrogantes, en especial con el beso que se dieron en la fuente de la plaza central, delante de todos, al frente de la catedral, mientras que las enfurecidas caricias de Sergio arrancaron la peluca dorada y sus enervados ojos pardos despedían lágrima tras lágrima reclamando a su corazón por sus sentimientos y a su cerebro por sus ideas. 

¡Inmorales! Les gritaron, ¡Pervertidos! Repitieron una y otra vez una turba de personas, incluso aquellos que alguna vez dijeron que aceptaban a las personas que tomaban decisiones diferentes. Miles de palabras, irreconocibles para oídos tan ensimismados, atravesaban sus cuerpos como flechas, los atravesaban mas no lastimaban, el chico de ceño fruncido también se sentía consternado, había pasado toda una vida tratando de ocultarse así mismo de sí mismo. 

Un tribunal gigante e imaginario se levantó frente a ellos, se les juzgaba por la forma de sus genitales, se les juzgaba por la penetración contra natura, se les juzgaba por algo en lo que no estaban interesados, sin embargo la mayoría de los hombres ahí presentes más de una vez habían deseado incrustarse en el ano de una mujer ¿Era ese el problema? ¿Qué es lo antinatural? El veloz rugido de la justicia popular arrasó con ellos, obligándolos a expresar el cariño que se tenían de una forma que nunca habían hecho, imaginaria y corpóreamente, abrazándose mientras que una multitud los devora, abrazándose mientras que caen como víctimas de algo que solo otros desean.


Golpe en el Fierro

Cuánto tiempo habrá podido pasar, se preguntaba el joven de rizos marrones mientras que observaba su reloj, este indicaba ser las tres, pero el sol se encontraba en su plenitud.

Es el destino, supongo –Se dijo  para convencerse de que no habían motivos que lo lleven a exaltarse o desesperarse.
Con todas las personas sensibles que ya había conocido en su vida, era inevitable pensar en lo patético que se vería si llorara ante su hogar destruido y en ruinas al a ciudad que lo vio nacer, cero rastros de humanos, cero rastros de animales, cero rastros de internet. Se dispuso a dar una caminata por lo que solía ser un ruin parque que abrazaba con fervor a los angustiados drogadictos durante las frías noches de delirio.

Puede ser que no, las palabras se repetían innumerables veces en su cabeza; puede ser que no, cada vereda abandonada y cada pista silenciosa solo le recordaba los momentos en los que salía a pasear; puede ser que no, su envidia hacia los no vírgenes se acrecentaba y le reclamaba a su moral el ser tan débil y dejarse llevar por un libro y una cruz; puede ser que no, pero verse ahí frente a un espejo y sabiendo que ha viajado miles de años en el futuro solo es un pequeño trago amargo; puede ser que no sea una desgracia.

Recogió unas piedras, partió unos palos, armó una fogata. Juntó unas rocas, amarro enormes hojas, las puso encima de las rocas, construyó un hogar.

Se dispuso a dormir y con el dulce, glorioso y agradable sonido de una porra golpeando los barrotes de su celda, se despertó. 


Entre acero, gloria, esperanza y patriotismo

En medio de toda la espesa neblina alzó su espada usando su mano izquierda, pues la derecha no existía más, se había perdido en medio de una intensa lucha que simbolizaba más de lo que se pretendía defender. Se puso de pie ignorando cualquier otra pérdida que pudo haber sufrido, sabía que no era el único haciendo ese gesto, que no era algo digno de admiración y que lo único que merecía ahora era la muerte a la que huyó por tantos años, delante de él estaba la desesperación y todas las noches terroríficas en las que rezaba para que su alma no tenga que volver a ver la luz del sol otro día más, delante de él todo aquello que un hombre tiene que enfrentar tarde o temprano. Aquellos a quienes en algún momento hubo llamado hermanos ahora sucumben en las tétricas aguas de un olvido en el que las palabras “para siempre” solo indican un tiempo muy corto; sin embargo, aquellos a quienes el siempre evitó, esos a los que señaló con el dedo todos los pecados que él también habría cometido de haber estado en sus lugares, cerraron sus ojos y ciegamente corrieron para ayudarle a soportar la carga de tan duro destino.

Esa noche las espadas volvieron a chocar y el duro acero volvió a tornarse carmesí, el cielo no sería glorioso de nuevo, el cielo no volvería  a conocer héroes de tan grande envergadura, porque no los hubo y no los habrá, como en toda guerra sus cadáveres quedaron tendidos entre tierra y agua, como en toda guerra a alguien más se le adjudico la derrota o la victoria, ellos serán llamados guerreros de nombres misóginos, nombres netamente varoniles, propios de gran admiración titánica. Pero, así sus hijos sean premiados y sus esposas honradas o hubiera ocurrido el caso contrario, ellos siempre recordarán ese momento en el que la esperanza era cruel consejera y el patriotismo dulce veneno que nunca debió existir, puede que solo después de ese momento sus moribundos cerebros se hallan preguntado ¿Valdrá la pena tanto sacrificio?

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