En medio de toda la espesa neblina alzó su espada usando su mano izquierda, pues la derecha no existía más, se había perdido en medio de una intensa lucha que simbolizaba más de lo que se pretendía defender. Se puso de pie ignorando cualquier otra pérdida que pudo haber sufrido, sabía que no era el único haciendo ese gesto, que no era algo digno de admiración y que lo único que merecía ahora era la muerte a la que huyó por tantos años, delante de él estaba la desesperación y todas las noches terroríficas en las que rezaba para que su alma no tenga que volver a ver la luz del sol otro día más, delante de él todo aquello que un hombre tiene que enfrentar tarde o temprano.
Esa noche las espadas volvieron a chocar y el duro acero volvió a tornarse carmesí, el cielo no sería glorioso de nuevo, el cielo no volvería a conocer héroes de tan grande envergadura, porque no los hubo y no los habrá, como en toda guerra sus cadáveres quedaron tendidos entre tierra y agua, como en toda guerra a alguien más se le adjudico la derrota o la victoria, ellos serán llamados guerreros de nombres misóginos, nombres netamente varoniles, propios de gran admiración titánica.
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